El Estado persigue como fin el
despliegue de las capacidades humanas fundamentales y que se ajusta a la
justicia y al bien, pasan, precisamente, por encima de la realidad, al
uniformar, al ocultar, al no distinguir lo distinto, a saber, lo que diferencia
al Estado, en un sentido propio, de una agrupación de seres humanos que se
organiza a gran escala y se apoya, en último término, en la fuerza para llevar
adelante fines distintos a la justicia y el bien, por ejemplo, la mera utilidad
del grupo dominante. La posición más realista parece ser la que distingue lo
diferente: si una agrupación de seres humanos dotada de fuerza no se ajusta a
principios fundamentales de justicia y bondad, si no se orienta a desplegar las
capacidades humanas básicas, sino sólo, por ejemplo, a realizar el bienestar
material del grupo dominante, entonces no habrá propiamente Estado, sino que
otro tipo de agrupación, de las que corresponden al género “agrupaciones
humanas dotadas de fuerza”, pero no estatal. Éstas no son propiamente un
Estado, no obstante que puedan, en la práctica, adquirir la apariencia de
Estado, porque se apoyan también en la fuerza y, por ejemplo, están organizadas
a gran escala.
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